11/7/08

El penúltimo sueño...


Él la acaricio y con suavidad acercó la cabeza de ella a su pecho.
-Tienes música en tu alma. Suena a 'Tristesse' - le dijo ella con ternura-. Si ahora tuviera un piano, inventaría para ti una sonata, la llamaría 'Alegría'.
-Si fueras piano...-él la miró ansioso-. Quiero acariciarte.
Ella bajo la mirada. Una capa de vergüenza la cubrió de repente. no estaba preparada,k y ´`el lo adivinó.
-Déjame amarte...con los ojos.
Lo dejó.
Sus ojos se convirtieron en sus manos. Nunca lo había hecho, no así. Empezó a desvestirla con aquel color chocolate húmedo de su mirada que concentraba todas sus ansias; primero la tomó desde el alma. Palmo a palmo, botón a botón, fue desatando el vestido de su espíritu hasta tocar con sus ojos aquella piel escondida y poseerla. Después, su mirada se hundió en su pensamiento. Entrando y saliendo...entrando y saliendo, despacio, sin prisas. Sintiéndola sin tiempo. nada lo esperaba y lo esperaba todo. Sus ojos rebuscaron entre los pliegues femeninos de sus miedos y pudores, hasta encontrar la llave y liberarla... Ahora la sentía rotundamente desnuda en su vestido negro. Libre, bella, plena...Toda ella encendida de luz. Sólo con sus ojos. Sí, podía amarla sólo con sus ojos.
Ella sentía su cuerpo en llamas. Su mirada quemaba, humedecía, esclavizaba, liberaba, hundía, elevaba...elevaba...La hacía sentir viva.
Una sombra de luna los cubrió. Sobre la cama los aguardaba desparramado el amor.
Le fue quitando el vestido, lentamente, pasando su mano por cada espacio de piel nueva. Sus manos de hombre aguantaban su pasión. Quería poseerla, abalanzarse sobre ella con violencia, violencia de pasión, urgencia de embestirla, arrancarle el vestido, hacerla suya, meterse en ella, un cuerpo atado desde las piernas hasta el alma, un solo cuerpo, desde las lenguas hasta el tuétano, mancharse de sudores y gritos, de quejidos de viento y silencios, reventar de placer, ver las estrellas vaciándose en su cielo, pero el piano no dejaba de sonar, pidiendo un tiempo nuevo de lentitudes efimeras y eternas, una sonata para la piel de ella. Porque su piel tenía las teclas de un piano infinito, de una música de siglos sin sonar.
Tenía que reinventarse de nuevo como hombre para poder vivirla como un ángel.
Amanecieron contemplándose. Se aprendieron de memoria los cuerpos sin tocarse. Se habían hecho el amor sólo mirándose, acariciándose hasta estremecer sus desconciertos. Desnudos, sin poseerse más que las almas. Sí, habían hecho el amor.
Él, por primera vez, había 'hecho el amor'...Ella, también.

1 comentario:

Meg dijo...

Sueños... recuerdos... deseos... anhelos... uhm todo esta conectado al momento esperado.